viernes, 3 de septiembre de 2010

Mazeppa - Franz Liszt

http://www.youtube.com/watch?v=6Ushm-iPNfo

El compositor Franz Liszt, considerado uno de los grandes exponentes del piano romántico junto con Frederic chopin, logra verdaderamente sorprendernos con esta real exposición de trascendencia. esta obra, el Estudio Trascendetal número 4 conocidocomo Mazeppa presenta un virtuosismo ciertamente prodigioso, no sólo en cuanto al requerimiento interpretativo sino en composición como tal.

Lo primero que me revela esta obra es una pasión, sufrimiento, desesperación y locura de otro mundo. Incomprendida, amada, detestada, depende de usted.

viernes, 30 de julio de 2010

María, la virgen y el retorno a la madre

¿Cómo surge este personaje de fachada mítica que algunos clasifican como la mujer más importante que ha pisado la Tierra? Propongo aquí una aproximación literaria:

María es, según la historia, la madre de aquel debatido pacifista que revolucionó al mundo occidental hace un par de milenios, crucificado por controvertir la religión. Dicen otros que fue la única persona que logró entender a Jesús en su momento, pues luego de su muerte también ascendió los cielos (en sentido alegórico). Su figura es recreada como una mujer bondadosa, comprensiva, entregada a las decisiones de sus hijos por encima de su propia individualidad, es decir, una madre en todo el sentido de la palabra, a excepción de la característica más importante, que de hecho hace posible esta condición de mujer: la sexualidad. 

Quienes creen en palabras bíblicas al pie de la letra y en testimonios inspirados de fervorosos católicos, que incluyen apariciones en una mancha de barro, conversaciones con el más allá y premoniciones apocalípticas, no se atreverán a cuestionar la veracidad de los relatos sobre este personaje, y se limitarán a decir que Dios sabe cómo hace sus cosas y de vez en cuando trasgrede las leyes físicas y químicas que Él mismo creó (¿o acaso el diablo?) para recordarle a la humanidad Su omnipotencia. Sin embargo, comparto con muchos el escepticismo sobre cualquier cuento religioso, no solo por los poco manifiestos acontecimientos fantásticos que relatan, sino porque a través del tiempo, es imposible que personajes apoderados y egocéntricos no modificaran la verdad a favor de proyectos personales.

Es cuestión de verse documentales como Zeitgeist o El Evangelio de Judas para empezar a cuestionar muchos planteamientos, como la fecha de nacimiento de Jesús, el número de discípulos, la “pureza” de su concepción, la visita de los 3 reyes magos y la estrella guía (características compartidas con otras deidades como Horus, Mitra y hasta Krishna). Entonces, ¿por qué la importancia de transformar la imagen pública de este mujer en un ícono de virginidad? ¿Cuál es el verdadero problema con la sexualidad?

Comencemos saltando a los orígenes y analizando la primera figura materna por excelencia, sea esta la Tierra. Nuestro planeta, para la mayoría de teócratas, agnósticos y ateos cientificistas, es un verdadero enigma, pues es el único lugar conocido en todo el Universo explorado donde se ha manifestado la Vida (magnífico regalo que me permite sentarme a escribir basura o bibliografía cósmica, bailar al ritmo de L.A. Woman y explorar la conciencia escuchando Ummagumma). Por esta razón, se hace una analogía entre el astro y la figura materna, pues si ha de haber una madre, fue este útero terrestre el que primero concibió cualquier oportunidad de existencia consciente. Tanto así, que en las épocas antiguas, el culto a la Tierra significaba una veneración por una deidad femenina con todo lo que esto implicaba. 

Por otro lado, Constantino y otros monarcas se habían encargado de convertir el creciente cristianismo en un mecanismo de control, exaltando toda historia a un nivel suprahumano e instituyendo la iglesia como el ente propagandístico encargado de infundir el miedo suficiente a un Dios enteramente masculino, de modo que la sociedad se viera limitada a cuestionar intelectualmente la providencia divina que instauró al rey como el supremo e incontrovertible mandamás (para fines pedagógicos, compárese con el uribismo). Claramente, al transcurrir el tiempo, la necesidad de instaurar una única religión por monarquía crecía junto con la ambición de poder y control, por lo que se volvía un objetivo primordial acabar con todo tipo de creencias diferentes. 

Desde esta perspectiva, ¿cómo conviviría entonces la adoración por los astros, la naturaleza, el devenir de la vida, junto con la aseveración de que una deidad hecha hombre, encarnación de Jehová el justiciero, era la única figura que merecía adoración? Era algo imposible. El cambio debía ser rotundo. Había que acabar con todo tipo de rituales que promovieran comportamientos “anti-cristianos”, que suponía según la interpretación de sus jerarcas, cualquier conducta desmedida, animalizada o anárquica. Había que acabar con la amenaza europea del paganismo, con las fiestas, con la transformación de la conciencia, con la sexualidad (¿qué es más natural, animal y Terrenal?), de modo que se reprimieran tanto la animalidad como la racionalidad, estancando al hombre en un estado de creencia ciega que impidiera cualquier amenaza al sistema autoritario. 

Esto significó un gran reto, pues nadie entendía cómo se iba a reemplazar la natural admiración por la madre por una irracionalmente impuesta adoración por el padre. En la naturaleza era evidente la importancia de la figura materna en el cuidado de las crías o en la obtención de alimento por ejemplo, mientras que el padre era una figura ausente en la mayoría de los casos. Fue así como con el transcurrir del tiempo iba adquiriendo relevancia y virginidad este personaje llamado María, de modo que existiera un sustituto antinatural para la divinidad femenina.

Poco a poco, se convertían personas alrededor del mundo. Desde indígenas hasta tribus celtas suspendían forzosamente sus cultos nativos para pasar a formar parte de la gran porción católica. Quienes no accedían al cambio, simplemente eran quemados en la hoguera por herejes gracias a la propaganda eclesiástica que logró crear tal pánico en la sociedad como para suspender cualquier manifestación de aprecio por lo natural. No es de sorprenderse que los países cristianos sean los principales destructores del medio ambiente, que la sociedad se haya sentado sobre paradigmas masculinos (fortaleza, riqueza, poder, razón) y que se compren cuadros costosísimos de Picasso sin siquiera apreciar el arte que regala un atardecer.

Y es así, como en la actualidad, la Madre de los cuerpos mortales se desvanece ante su insignificancia comparada con la “Madre de Dios”.

Invito a leer este relato en forma de parábola bíblica. No sobra aclarar que no debe ser entendido con pretensiones históricas, aunque para muchas personas esa sea la connotación de parábola bíblica. Piense en estas palabras como una oportunidad para acercarse nuevamente a la Madre primal, para reconocer su particular animalidad, disfrutar de la estética que brindan todas las formas de vida, bailar desinhibido ante la luna llena y, por qué no, tomarse un baño bajo la lluvia agradeciendo a esta gigantesca matriz hiperdimensional por ser parte esencial de nuestra efímera residencia.

El despertar de los hippies

Hace menos de medio siglo existió en occidente una revolución cultural que por un breve momento tocó el máximo potencial humano en lo referente a conciencia colectiva y ambiental. Hace menos de medio siglo un grupo de psiquiatras curaba el alcoholismo en una sola sesión con 70% de efectividad utilizando una misteriosa, novedosa y ahora ilegal sustancia. Mientras tanto, el organismo de control e inteligencia estadounidense repartía cocaína entre el grupo revolucionario Panteras Negras para desestabilizar a sus líderes, generar violencia interna y dependencia, mientras esta sustancia se popularizaba como resultado coyuntural y poco a poco se iba convirtiendo en el enemigo principal del gobierno norteamericano y las fosas nasales.

En oriente se lidiaba una guerra impropia, soldados mutilados regresaban adictos al opio y la heroína, peleando por unos intereses prestados y estableciendo a la fuerza un modelo político que en un país como Vietnam era simplemente ridículo. Un monje budista se impregnaba en combustible y se encendía fuego mientras meditaba impávido en las calles de Saigón, manifestando lo incomprensible, mientras sus templos eran destruidos por las tropas extranjeras. Unos hombres eran arrestados en Washington por intentar drogar al presidente Nixon, con la esperanza de que, al igual que les había ocurrido a ellos, adquiriera una comprensión psicológica, social e inclusive espiritual que le permitiera darse cuenta del error que significaba la guerra y le diera fin de una vez por todas.

Las personas manifestaban su respeto y afecto por la naturaleza, la importancia de la paz y el amor a partir de la acción presente y no como un resultado que debe ser perseguido a futuro, luego de un interminable periodo de guerra y odio. El sexo se comenzaba a comprender como algo absolutamente natural, libre de pecado y posesividad. Era una época de contrastes, de nuevas formas de entendimiento, de revolución social como producto de una revolución individual emergente de un sistema fallido. De estos tiempos quedan libros, ídolos, artistas que inspiran nuestra cotidianidad recordándonos que la humanidad no está tan lejos de la utopía si de verdad se lo propone. Pero los recuerdos son vulnerables. Lo material triunfa en el mundo material: el placer gobierna por encima del amor, la individualidad reina sobre la colectividad, estamos llenos de medios y desprovistos de fines como si cada acto no representara un fin en sí mismo. Los ídolos han derrocado a los dioses,  los símbolos son más importantes que aquello que representan, y las escrituras, leyes y cánones parecieran ser las amas y señoras de la humanidad, mas no al contrario.

Alguien dirá: “menos mal murieron esos adictos malolientes, obstáculos del progreso, naturalistas promiscuos.” Manifestación de odio que tendrá al  mundo en unos pocos años descomponiéndose en su propia materia tergiversada por una ambición insana, maloliente por la escasez de agua, refugiándose en una sexualidad extraña y hedonismo adictivo como única forma de escape al sufrimiento terrenal. Y ante situaciones aparentemente similares podríamos decir que no importa lo aparente, sino aquello que se percibe en el fondo como incentivo emocional, cómo es interpretada la situación, la perspectiva desde la cual nos paramos para contaminarnos y contaminar o para entender y verdaderamente progresar.

Si algo podemos aprender de nuestra historia es que nada podemos aprender de ella mientras existan verdades escondidas por ser tabúes, haya parcialización en la información o cada quien acepte que otro le interprete la información que por sí mismo ha de sintetizar e interiorizar. Pues el verdadero cambio viene sin esfuerzo, sucede como producto de la comprensión, de la apertura a la verdad. En realidad hay un esfuerzo inconsciente por no permitir el cambio, y de ahí proviene esa tensión de fondo que pocas veces identificamos e inunda nuestras vidas.

Ha surgido una falsa creencia, un mensaje subliminal que cala en nuestras mentes como poseedor de la verdad mundana, aquello que en realidad nos llena de odio y tristeza es otro ídolo en este mundo. Nos dicen que debemos luchar por nuestros sueños, que no nos debemos rendir, que perseveremos para alcanzar aquello que deseamos. Pero estos en realidad no son otra cosa que los irrealizables sueños sociales y familiares que en su frustración son transferidos a nuestra aprehensiva mente desde una edad temprana, y nos empapan de inferioridad y necesidades, nos hacen competitivos y solitarios.  Si por lo menos estos sueños fueran menos predecibles y no estuvieran siempre limitados por una noción de “yo” como individuo hedonista, de “lo mío es diferente”: mis hijos, mi familia, mis amigos, mi mujer, mis cosas, mí mismo. Inclusive yo me convierto en una posesión mía. Seguiremos condenados a sufrir en guerras, a causa de frustraciones y víctimas de nuestra ira.

Algo que he descubierto es que la paz no se obtiene de la realización de una o mil metas, sino de la aceptación de lo que es ahora independiente de la acción que nazca, de la interpretación de nuestra situación actual  no como algo contra lo que debamos pelear para modificar, sino como un maestro que está dispuesto a enseñarnos aquello que es justo y necesario. Podrá parecer otro mandamiento más que viene a imponer un nuevo modelo de conducta, pero en realidad es un consejo que resuena con la vida misma: aquello que siempre pertenecerá a su conciencia, que es inseparable de usted nunca lo llevará por sí solo a la miseria ni al hambre mística. Seguiremos luchando, adorando las palabras y olvidando el mensaje, hasta que algún día ocurra algo. O mejor aún: nada ocurra.

Cumplo con el impulso del más allá de expresar lo que se manifiesta en aquel “detrás” subjetivo que jamás podremos ver. O tal vez exista un deseo inconsciente que será frustrado y la vida sabrá exponer a la luz. Quizá en comunidad podamos develar aquellas mentiras que todavía nos proferimos, y así “cooperar incondicionalmente con lo inevitable”.