viernes, 30 de julio de 2010

El despertar de los hippies

Hace menos de medio siglo existió en occidente una revolución cultural que por un breve momento tocó el máximo potencial humano en lo referente a conciencia colectiva y ambiental. Hace menos de medio siglo un grupo de psiquiatras curaba el alcoholismo en una sola sesión con 70% de efectividad utilizando una misteriosa, novedosa y ahora ilegal sustancia. Mientras tanto, el organismo de control e inteligencia estadounidense repartía cocaína entre el grupo revolucionario Panteras Negras para desestabilizar a sus líderes, generar violencia interna y dependencia, mientras esta sustancia se popularizaba como resultado coyuntural y poco a poco se iba convirtiendo en el enemigo principal del gobierno norteamericano y las fosas nasales.

En oriente se lidiaba una guerra impropia, soldados mutilados regresaban adictos al opio y la heroína, peleando por unos intereses prestados y estableciendo a la fuerza un modelo político que en un país como Vietnam era simplemente ridículo. Un monje budista se impregnaba en combustible y se encendía fuego mientras meditaba impávido en las calles de Saigón, manifestando lo incomprensible, mientras sus templos eran destruidos por las tropas extranjeras. Unos hombres eran arrestados en Washington por intentar drogar al presidente Nixon, con la esperanza de que, al igual que les había ocurrido a ellos, adquiriera una comprensión psicológica, social e inclusive espiritual que le permitiera darse cuenta del error que significaba la guerra y le diera fin de una vez por todas.

Las personas manifestaban su respeto y afecto por la naturaleza, la importancia de la paz y el amor a partir de la acción presente y no como un resultado que debe ser perseguido a futuro, luego de un interminable periodo de guerra y odio. El sexo se comenzaba a comprender como algo absolutamente natural, libre de pecado y posesividad. Era una época de contrastes, de nuevas formas de entendimiento, de revolución social como producto de una revolución individual emergente de un sistema fallido. De estos tiempos quedan libros, ídolos, artistas que inspiran nuestra cotidianidad recordándonos que la humanidad no está tan lejos de la utopía si de verdad se lo propone. Pero los recuerdos son vulnerables. Lo material triunfa en el mundo material: el placer gobierna por encima del amor, la individualidad reina sobre la colectividad, estamos llenos de medios y desprovistos de fines como si cada acto no representara un fin en sí mismo. Los ídolos han derrocado a los dioses,  los símbolos son más importantes que aquello que representan, y las escrituras, leyes y cánones parecieran ser las amas y señoras de la humanidad, mas no al contrario.

Alguien dirá: “menos mal murieron esos adictos malolientes, obstáculos del progreso, naturalistas promiscuos.” Manifestación de odio que tendrá al  mundo en unos pocos años descomponiéndose en su propia materia tergiversada por una ambición insana, maloliente por la escasez de agua, refugiándose en una sexualidad extraña y hedonismo adictivo como única forma de escape al sufrimiento terrenal. Y ante situaciones aparentemente similares podríamos decir que no importa lo aparente, sino aquello que se percibe en el fondo como incentivo emocional, cómo es interpretada la situación, la perspectiva desde la cual nos paramos para contaminarnos y contaminar o para entender y verdaderamente progresar.

Si algo podemos aprender de nuestra historia es que nada podemos aprender de ella mientras existan verdades escondidas por ser tabúes, haya parcialización en la información o cada quien acepte que otro le interprete la información que por sí mismo ha de sintetizar e interiorizar. Pues el verdadero cambio viene sin esfuerzo, sucede como producto de la comprensión, de la apertura a la verdad. En realidad hay un esfuerzo inconsciente por no permitir el cambio, y de ahí proviene esa tensión de fondo que pocas veces identificamos e inunda nuestras vidas.

Ha surgido una falsa creencia, un mensaje subliminal que cala en nuestras mentes como poseedor de la verdad mundana, aquello que en realidad nos llena de odio y tristeza es otro ídolo en este mundo. Nos dicen que debemos luchar por nuestros sueños, que no nos debemos rendir, que perseveremos para alcanzar aquello que deseamos. Pero estos en realidad no son otra cosa que los irrealizables sueños sociales y familiares que en su frustración son transferidos a nuestra aprehensiva mente desde una edad temprana, y nos empapan de inferioridad y necesidades, nos hacen competitivos y solitarios.  Si por lo menos estos sueños fueran menos predecibles y no estuvieran siempre limitados por una noción de “yo” como individuo hedonista, de “lo mío es diferente”: mis hijos, mi familia, mis amigos, mi mujer, mis cosas, mí mismo. Inclusive yo me convierto en una posesión mía. Seguiremos condenados a sufrir en guerras, a causa de frustraciones y víctimas de nuestra ira.

Algo que he descubierto es que la paz no se obtiene de la realización de una o mil metas, sino de la aceptación de lo que es ahora independiente de la acción que nazca, de la interpretación de nuestra situación actual  no como algo contra lo que debamos pelear para modificar, sino como un maestro que está dispuesto a enseñarnos aquello que es justo y necesario. Podrá parecer otro mandamiento más que viene a imponer un nuevo modelo de conducta, pero en realidad es un consejo que resuena con la vida misma: aquello que siempre pertenecerá a su conciencia, que es inseparable de usted nunca lo llevará por sí solo a la miseria ni al hambre mística. Seguiremos luchando, adorando las palabras y olvidando el mensaje, hasta que algún día ocurra algo. O mejor aún: nada ocurra.

Cumplo con el impulso del más allá de expresar lo que se manifiesta en aquel “detrás” subjetivo que jamás podremos ver. O tal vez exista un deseo inconsciente que será frustrado y la vida sabrá exponer a la luz. Quizá en comunidad podamos develar aquellas mentiras que todavía nos proferimos, y así “cooperar incondicionalmente con lo inevitable”.

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